A raíz de la pandemia causada por el Covid-19, múltiples instituciones alrededor del mundo han resucitado el fantasma del optimismo tecnocrático que dominó el siglo XX. Gobiernos, hospitales, universidades y museos en varios países han adoptado y promueven los mantras de las empresas de tecnología, desde el tele-trabajo hasta la tele-educación y la tele-medicina, como la cura para el virus1. Aunque varias comunidades en el mundo aún no tienen acceso a información, atención médica, ni educación pública adecuadas, el pánico socioeconómico que genera la improductividad debido a la cuarentena ha renovado un entusiasmo público por el poder de las telecomunicaciones electrónicas. Sin embargo, los sueños de un ciberespacio descentralizado, que surgieron en la década de 1960, se han desvanecido en las nubes de las grandes empresas tecnológicas del siglo XXI, las cuales reclaman un control cada vez mayor sobre nuestras vidas sociales y económicas en línea.2 La privatización y comercialización de la internet y los datos que viajan a través de su infraestructura ha convertido la telepatía—la capacidad de pensar, hacer y sentir a distancia—en el combustible fundamental del capitalismo informático que hoy domina el mundo. Ante este escenario y considerando la actual crisis socio-ambiental, debemos preguntarnos si es posible practicar la telepatía fuera de las dinámicas opresivas que hoy dominan la internet.
El artista británico Roy Ascott y la artista colombiana Bárbara Santos han explorado las posibilidades de la telepatía sin internet a través de su trabajo con comunidades indígenas en la Amazonía, por medio de metodologías y experiencias radicalmente diferentes, como discutiré más adelante. Ascott imagina un futuro expandido para la tecnociencia moderna a partir de experiencias rituales con los Kuikuru en la Amazonía brasileña, reconociendo el rol de la ayahuasca como una tecnología de redes en las culturas amazónicas.3 Ascott plantea la ayahuasca como un equivalente biológico y ancestral de las tecnologías telemáticas occidentales, una apreciación que considero equivocada e incompleta debido, en parte, a su contacto breve y limitado con una filosofía indígena compleja y radicalmente diferente a la cultura occidental moderna. Su enfoque reproduce metodologías de investigación excractivistas que impiden verdaderos diálogos horizontales entre ontologías amerindias y occidentales, a la vez que falla en cuestionar las prácticas excractivistas que sostienen el desarrollo tecno-industrial moderno.
Por otro lado, el trabajo de Santos con las comunidades indígenas en la Amazonía proviene de un lugar muy diferente, que apunta a crear diálogos abiertos entre la tecnociencia occidental y las tecnologías ancestrales. Santos ha trabajado durante casi dos décadas con múltiples sabedores de distintos grupos étnicos en la Amazonía colombiana, creando espacios colaborativos y experimentales donde las tecnologías ancestrales y digitales entran en conversación. Sus proyectos desarrollan redes de intercambio que exploran las prácticas curativas con base en las tecnologías ancestrales, las cuales se vuelven cada vez más relevantes frente a la actual destrucción social y ecológica que enfrenta la Amazonía, y el planeta Tierra en general. A través de una comparación entre las metodologías y discursos creativos de Ascott y Santos, propongo que es vital reflexionar sobre la diferencia entre “telepatía extractiva” y “telepatía regenerativa” para encontrar mejores formas de comunicarnos, entre humanos y no humanos, con el planeta vulnerado que habitamos.
Roy Ascott jugó un papel clave en los primeros experimentos telemáticos en las artes desde finales de la década de 1970.4 En ese momento, Ascott y otros artistas mediales imaginaron el surgimiento de una red participativa y descentralizada que tendría un profundo impacto cultural y espiritual a nivel global, transformando la conciencia planetaria a través de la interconexión, la inmediatez y el afecto. Por medio de prototipos tecnológicos desarrollados a través de metodologías artísticas, Ascott ha buscado ampliar los límites del conocimiento occidental a través de la experimentación con múltiples tipos de tecnologías, insistiendo en el potencial espiritual de la tecnología electrónica. 5
El enfoque espiritual que Ascott le otorga a la tecnología digital se vuelve aún más claro cuando escribe sobre las similitudes entre la telemática moderna y el conocimiento indígena del continente americano (2003, p. 3; 2003c, p. 245; 2003d, p. 359). Después de su experiencia con la ayahuasca en una visita a los Kuikuru, en la Amazonía brasileña en 1997, Ascott trazó paralelismos entre el ciberespacio y el espacio psíquico chamánico, sugiriendo que en el siglo XXI “la Realidad Vegetal y la Realidad Virtual se combinarán para crear una nueva ontología, al igual que nuestras nociones del espacio exterior y el espacio interior se fusionarán en otro orden cosmográfico" (2000, p. 3). En su opinión, los conocimientos ancestrales de los pueblos amerindios podrían catapultar la tecnociencia moderna a un siguiente nivel, que él describe como un "ambiente húmedo, ubicado en la convergencia de lo digital, lo biológico y lo espiritual” (p. 4). En otras palabras, Ascott imagina que la tecnología moderna y el conocimiento amerindio se fusionarían entre sí para producir nuevas tecnologías híbridas. Sin embargo, sus textos no han cuestionado los orígenes materiales de estas tecnologías, ni tampoco se han preguntado cómo o quién las produce, creando un enorme bache en su discurso poshumanista.
Aunque los escritos de Ascott de finales del siglo XX predijeron varios desarrollos en la biología molecular, sería una falacia aseverar que las biotecnologías actuales están basadas en principios iguales a los de las comunidades indígenas en la Amazonía. La mayoría de los desarrollos tecnocientíficos modernos son constituidos por una serie de minerales conflictivos como el oro, el cobalto, la plata, el cuarzo y el silicio, que provienen de prácticas extractivas de explotación minera, así como de la violación sistemática de los derechos humanos y de la naturaleza.6 Los dispositivos electrónicos en los que se basa la telemática más reciente, como las gafas de realidad virtual altamente inmersivas y las computadoras que producen sus simulaciones, dependen de la extracción violenta de estos minerales. La telepatía occidental moderna, en su esencia, es una telepatía extractiva. Cuando los usuarios se conectan a realidades virtuales a través de dispositivos de vanguardia —por medio de los cuales se invisibiliza, o en el mejor de los casos se estetiza, el desastre creado por las industrias mineras—, estas realidades fantasiosas se apoyan en un sustrato material basado en industrias que extraen minerales de territorios aislados y distantes de sus sedes. En este sentido, las tecnologías de realidad virtual ocultan la destrucción producida en otros lugares a través de la presentación de una nueva realidad para sus usuarios. La tecnociencia occidental moderna convierte la distancia, la característica central de la telepatía, en un mecanismo de selección de lo que se ve y lo que no se ve.
Además de la extracción de minerales sobre la que se basan las máquinas telepáticas occidentales, el enfoque de Ascott sobre el conocimiento indígena también reproduce un tipo de extracción epistémica. Ascott afirma que la ayahuasca, la medicina sagrada de la Amazonía vinculada a rituales ancestrales, actúa como una interfaz del mismo modo en que lo hacen las computadoras (2003d, p. 358). A pesar de que esta observación responde directamente a su comprensión expandida de la tecnología, la comparación que sugiere Ascott no reconoce las profundas diferencias históricas, culturales y filosóficas entre ambas tecnologías, permaneciendo más cerca del uso de la ayahuasca por parte de empresarios de Silicon Valley como la fuente de sus últimas innovaciones tecnológicas.7 Estas breves inmersiones en culturas ancestrales milenarias reproducen dinámicas coloniales de manera fácil e inadvertida. Ascott no cita ninguna de las fuentes indígenas de donde obtuvo su información, congelando a los sabedores como una serie de Otros imaginados y fetichizados. De manera similar a los efectos invisibilizadores de la realidad virtual, estas metodologías de investigación ocultan al sujeto indígena al mismo tiempo que presentan una filosofía reducida a tropos ahistóricos. La rápida inmersión de Ascott en el complejo mundo de los Kuikuru sigue siendo una apropiación extractiva del conocimiento, que no se basa en un compromiso a largo plazo con la ontología y fenomenología que están en la raíz de las prácticas regenerativas de las culturas amerindias.
Bárbara Santos se formó como artista electrónica en Bogotá, y su trabajo ha sido profundamente influenciado por experimentaciones tempranas con medios digitales y audiovisuales en la década de 1990. Sin embargo, en 2005 Santos dejó de lado la escena del arte en la ciudad para desarrollar colaboraciones artísticas con conocedores indígenas de la Amazonía, alejándose de la producción de piezas para museos o festivales y explorando intercambios abiertos entre múltiples tipos de conocimiento tecnológico. En noviembre de 2016 Santos invitó a varias personas a crear El Cuenco de Cera, un laboratorio de arte, ciencia y tecnología desde la perspectivas del conocimiento ancestral indígena, que comenzó con una serie de intercambios en el río Pirá-Paraná en el sureste de Colombia—también el norte de la cuenca de la Amazonía.8 El proyecto ha reunido a artistas acústicos y visuales, ingenieros electrónicos, programadores y antropólogos, así como a sabedores indígenas y sus jóvenes aprendices, con el fin de explorar los orígenes de las tecnologías ancestrales y digitales a través del diálogo abierto y la experimentación. Estos laboratorios no pretenden descifrar los complejos sistemas de conocimiento de las culturas indígenas—en parte, porque la mayoría de las personas que vienen del exterior no hablan sus idiomas y no conocen las prácticas locales—, sino que buscan crear y mantener vínculos cambiantes entre perspectivas que surgen de historias enmarañadas entre sí, pero de ontologías diferentes (Santos 2019, p. 77).
Para su más reciente libro Curación Como Tecnología (2019)9, Santos entrevista a múltiples sabedores indígenas y a dos antropólogos que trabajan en la Amazonía, les pregunta sobre los orígenes de las tecnologías ancestrales y digitales para trazar una red inicial entre sus conexiones y diferencias. El libro comienza a desentrañar el conocimiento situado de las prácticas telepáticas indígenas, que permiten a las comunidades amazónicas conectarse a las redes ecológicas que sostienen el equilibrio de sus territorios y realizar rituales curativos para mantener este equilibrio. Jesús León Muipu, de la etnia Tatuyo, describe las cualidades telepáticas del karayuru—un polvo rojo hecho de hojas y minerales de la selva—que le permite conectarse con la Amazonía mientras se encuentra en una ciudad (p. 32). Tarsicio Vanegas, de la etnia Itana, describe las plumas de pájaro utilizadas en los rituales como carpetas dentro de una computadora, las cuales le permiten acceder a distintos tipos de conocimiento (p. 56). Y Libardo Bolívar Marín, de la etnia Tatuyo, también describe el yagé, equivalente a la ayahuasca en la Amazonía colombiana, como una tecnología que almacena conocimientos en la Maloka, la casa ancestral. Vanegas, Bolívar Marín y Stephen Hugh-Jones, un antropólogo británico que trabaja en la Amazonía desde la década de 1960, también se refieren a la Maloka como una computadora que permite a los sabedores almacenar y recombinar información, estructurar los flujos de la naturaleza y navegar entre sus territorios materiales-espirituales (pág. 59; pág. 66; pág. 79).
Los sabedores indígenas de la Amazonía acceden a la red de la selva a través de plantas y minerales, los cuales son activados por tecnologías ancestrales en forma de oratoria, canciones y rituales heredados de sus ancestros espirituales. Los pueblos indígenas no son los creadores ni los propietarios de estas tecnologías; su rol es mantener y curar los lazos de una red inteligente que ha estado presente desde el principio de los tiempos. En conversación con Juan Álvaro Echeverri, un antropólogo colombiano con décadas de trabajo en la Amazonía, Santos desentraña la materialidad de estas tecnologías ancestrales apuntando a los vínculos electrónicos que sostienen la dimensión molecular de la vida y la materia. Echeverri propone el ejemplo del cuarzo y el oro, ambos elementos sagrados en las comunidades amazónicas, por sus poderosas propiedades rituales, y que son a la vez elementos fundamentales en los dispositivos de grabación digital y de medición geo-temporal (p. 83). Los enlaces electrónicos que constituyen a los minerales a nivel atómico funcionan como bits de un servidor que almacenan información dentro de las plantas, rocas y otros elementos naturales, y que permiten activar información en el cuerpo cuando se usan en un ritual (p. 82). Las tecnologías digitales canalizan la misma electricidad que contienen los minerales para retener y circular información. Entonces, la telemática no es creada por la alquimia de los inventos tecnocientíficos occidentales, como las computadoras digitales; la telemática siempre ha sido parte de la Tierra y está contenida en los minerales y en la vida misma. La telepatía es fundamentalmente material.
Aunque Ascott entendió los medios electrónicos como fenómenos espirituales y materiales (2003b, p. 330), su análisis se centró principalmente en el desarrollo de tecnologías bioelectrónicas sin cuestionar el origen de los materiales que permiten tales tecnologías. Al contrario, los sabedores entrevistados por Santos apuntan hacia los orígenes espirituales y materiales en común entre las tecnologías occidentales y ancestrales, sin descuidar sus diferencias fundamentales. Davi Kopenawa, de la etnia Yanomami, dice que los minerales como el oro contienen conocimientos directamente relacionados con el espíritu del sol, que está ligado a la fuente de vida y al flujo de energía a través de todo lo viviente (Santos, p. 44). Lo material y lo espiritual no son categorías separadas en la filosofía indígena, ya que las características espirituales de cada material están contenidas en su composición y relación con su entorno. La tecnología, por tanto, surge y está contenida en la voluntad de los espíritus, que podríamos interpretar, hasta cierto punto, como la composición electrónica de los propios minerales.
Aunque existen puntos de conexión entre las tecnologías occidentales e indígenas, sus diferencias son cruciales. Kopenawa dice que los minerales deben mantenerse bajo el suelo porque su extracción trae enfermedades al mundo (p. 45), una afirmación que contrasta fuertemente con las prácticas extractivas que sostienen las tecnologías modernas. Como sugiere Libardo Bolívar Marín, la ciencia occidental hace un mal uso de la fuerza espiritual de la tecnología para construir y destruir; en cambio, los conocedores indígenas la usan para curar y proteger (p. 69). Ante el desastre ecológico provocado por la minería y los desechos producidos por las tecnologías capitalistas, y considerando la llegada de un virus que ha empeorado la situación de comunidades vulneradas alrededor del mundo, es vital considerar la base material de las tecnologías que se promueven como la cura socioeconómica para el Covid-19. El trabajo de Santos, su práctica colaborativa a largo plazo y su profundo compromiso con las comunidades indígenas amazónicas brindan alternativas al estudio de las intersecciones entre el arte, la ciencia y la tecnología, a través de la escucha profunda de las ontologías amerindias que desafían el antropocentrismo colonial en el núcleo de la tecnociencia occidental. 10
Sin duda alguna, la telemática moderna ha cambiado la conciencia de quienes forman parte de sus redes globales. Sin embargo, a medida en que la internet continúa convirtiéndose en un bien de consumo capaz de explotar nuestros deseos más íntimos y convertirlos en lucro, es fundamental que consideremos el origen de las tecnologías digitales en red y cuestionemos los usos que les damos. Los sueños de Ascott sobre un abrazo telemático descentralizado y amoroso nunca se realizaron por completo, ya que la telepatía digital fue rápidamente subsumida por los modos de producción y consumo del capitalismo hipermoderno. Lo que él soñó en términos de educación a través de teleconferencias como una forma de expandir la conciencia global (2003a, p. 197), ahora es adoptado por gobiernos y empresas de tecnología como la solución más rentable y fácil para el Covid-19. La "vista de pájaro, la visión integral, global y de sistemas de estructuras, relaciones y eventos" (2003c, p. 236) a la que aspiraban las obras telemáticas en la década de 1990, ha engendrado el aparato de vigilancia que abarca el mundo entero, no con amor, sino con cadenas hechas de fibra óptica y minerales mediados por el conflicto.
La intuición de Ascott sobre otras formas de telepatía en red en las culturas indígenas amazónicas, a las que llamó Realidad Vegetal, tiene ecos complicados hoy en día. Al poner su atención en el chamanismo, Ascott cuestionó la sequedad de las computadoras digitales y comenzó a pensar en biotecnologías. Sin embargo, su enfoque ha sido principalmente reflejado por experimentos desde el bioarte, con vida cultivada en entornos controlados de laboratorio, sin tener en cuenta el conocimiento enmarañado, complejo, interdependiente, espiritual y consciente de las redes ecológicas. La interconexión que Ascott imaginó, en su esencia, es diferente a la conexión rizomática de la ecología terrestre—que precede cualquier formación histórica humana—, y con la cual interactúa el conocimiento indígena. La tecnociencia occidental moderna está basada en sistemas coloniales, especialmente porque siempre hay una matriz central que se beneficia de un conjunto de nodos periféricos de extracción material. En conversación con Santos, Jesús León Muipu propone que la tecnología digital llega como una reconquista de los territorios amazónicos (p. 32). Su apreciación es válida tanto en el nivel material, debido a la deforestación y la minería, como en el nivel espiritual, ya que los idiomas y las tecnologías locales son reemplazadas por dispositivos digitales sin experimentaciones ni diálogos abiertos.
Ascott ha intentado humanizar la tecnociencia occidental enfatizando sus connotaciones espirituales. Sin embargo, este es precisamente el problema de su enfoque: no necesitamos encontrar formas espirituales de relacionarnos con nuestras tecnologías, sino colocar la espiritualidad en el centro de lo que consideramos como tecnología. En otras palabras, ¿importa si desarrollamos relaciones amorosas y espirituales con nuestras computadoras si todavía están impulsadas por una industria extractivista basada en la explotación laboral, la deforestación, la minería y la producción de millones de toneladas de desechos electrónicos por año? La investigación de Santos sugiere que en lugar de caer en trampas binarias entre el tecno-optimismo y el tecno-pesimismo, es crucial explorar las formas en las que la cultura en línea, en la que participamos, puede ser alterada e informada por los paradigmas ecológicos de las tecnologías ancestrales. Lo que nos muestran las tecnologías amerindias es que para reevaluar y reapropiar el rol de las tecnologías digitales en nuestras vidas, es importante que reflexionemos sobre la dimensión material de nuestros sistemas telepáticos.
El Covid-19 está afectando al Amazonas a un ritmo significativamente mayor que en otras regiones del mundo, matando a varios conocedores junto con su conocimiento sobre cómo relacionarse con la red de telepatía ecológica que sostiene el equilibrio del bosque. Bajo este escenario, es vital que nos situemos dentro de la dinámica extractiva de las tecnologías digitales y cuestionemos las consecuencias telepáticas que tienen nuestras acciones en otros lugares. Lo que quiero decir no es que la vida occidental moderna deba parecerse más a la vida indígena, ni tampoco promover la apropiación cultural del conocimiento amerindio en nuestras formas de vida. Pero es crucial que nosotros, los habitantes en red de la vida urbana digitalizada, escuchemos con atención otras formas de relacionarnos con la Tierra y entablemos diálogos respetuosos y horizontales con otras formas de hacer y pensar telepáticamente, para construir nuevos rituales de comunión entre nosotros mismos, con otras especies y con el mundo material que nos rodea. Esta podría ser la única forma de alterar el peligroso curso que han tomado las tecnologías digitales como aparato de control social y acumulación de recursos sin precedentes. Considerando la aguda crisis que enfrentamos debido al Covid-19, así como la inminente catástrofe socioecológica creada por los sistemas capitalistas, es vital que reflexionemos sobre posibilidades regenerativas de hacer, pensar y sentirnos a distancia.
Artista y escritor, cuya investigación reflexiona sobre las relaciones poéticas y materiales entre la tecnología digital y sistemas políticos, ecológicos y sociales. Su trabajo explora el agua como medio tecno-ecológico de información, y recientemente también ha realizado investigación sobre el internet como una red de caza. Ha sido profesor en el departamento de artes visuales de la Universidad Javeriana de Bogotá, así como coordinador de proyectos en Plataforma Bogotá—laboratorio interactivo de arte, ciencia y tecnología—y en Espacio Odeón. Actualmente se encuentra estudiando en el programa de Masters de Erasmus en Medios Arte y Cultura, basado en la Universidad del Danubio (Austria), la Universidad de Aalborg (Dinamarca) y la Universidad de Lódz (Polonia).